La cuaima es una serpiente muy rápida y venenosa de mi tierra y también una palabra que se aplica por extensión a algunas mujeres.
Es de esos términos que se creen malos, pero en realidad son buenos, porque la mayoría de víctimas y victimarias está orgullosa de serlo o padecerlo.
Describe a un tipo de mujer que existe en todo el mundo, de acuerdo a mi fuente de información sociológica, las series de tv. Entre otras particularidades porque son posesivas, celosas, averiguadoras, creyentes en que los mejores planes y ocurrencias son las de ella y controladoras de cada paso que da el ”ser amado”. También jura que todo el mundo la quiere atacar y por lo tanto es mejor pegar primero. Siempre hay alguien así.
Es muy efectiva y práctica: secuestra el móvil del esposo o amante, se sabe todas sus claves y contraseñas, vigila sus redes sociales, llama por teléfono y amenaza a quienes sean o puedan ser rivales, le aplica bullying a su pareja y no le importa que se enteren.
Puede montar un show lagrimeante con pruebas falsas para convertirse en el centro de la atención. Considera que todos los amigos del novio son una amenaza. Porque, al fin, eso es lo que la hace una cuaima.
Lo más raro es que a quienes les aplica el ácido no parecen estar especialmente molestos, sino más bien cuentan con orgullo lo que les ha hecho Fulanita , que “es una cuaima!” . Algo así como que son especiales porque tienen una celópata en su vida. Los oyentes afirman y repiten con entusiasmo aquello, porque estar vinculado a alguien tan pasional es lo máximo.
Esta condición no equivale a la “mala de la película”, otro personaje mucho más perverso que roba y asesina. No, esta cuaima puede ser buenísima persona, sólo que no se le puede tocar el punto de su relación, porque es capaz de cualquier cosa. Y si se le termina la unión por insoportable, le pueden dictar una orden de alejamiento porque es una acosadora de manual.
Al final, ese apasionamiento las marca para siempre y la condición puede llegar a ser hereditaria. Las niñas y niños terminan llevando a su marco social actitudes como esa, normalizadas en casa y si bien no todos las repiten, se asumen como comportamientos habituales y permitidos, que es cuando la cosa pasa de peculiaridad a lacra.