Gavetero con espejo, s/f
Para los que piensen que nadie los conoce o entiende como el amor de su vida o el amigo más próximo, permítanme aclararles que quien nos conoce y entiende más íntimamente son nuestras gavetas. Que me disculpen mi amado y mis amigos, pero es así.
Fíjense si no: fuimos nosotros quienes le dimos su contenido, y por eso solo nosotros sabemos qué hay dentro, así sea una gaveta desordenada, y así como no hay un reflejo más fiel de lo que somos que el lugar donde vivimos, nuestras gavetas no se quedan atrás.
Cada uno de sus objetos pasó por un instante, aunque fuera de segundos, que determinó que era allí y no en otro lugar que se iba a quedar. Por eso pocos momentos son más de uno que cuando uno revisa o reordena una gaveta, sobre todo si hace tiempo que no la abrimos. Y si se trata de una gaveta olvidada, este momento se hace aún más especial.
Así será la intimidad que se construye que hay algunas que hasta llave o doble fondo tienen. Eso lo vemos a cada rato en el cine. Las mías no llegan a ese grado de sofisticación, pero la intimidad es la misma.
En una gaveta cabe literalmente de todo. Claro, a un piano de cola le costaría entrar, pero en cambio guardamos el programa de un concierto que de alguna manera nos marcó.
Fotos, cuadernitos, marca libros, cubiertos, algodón, cualquier cosa. Nosotros sabemos exactamente en dónde están y ellos saben que en algún momento los vamos a buscar.
A mí me da la impresión de que después de las carteras, las gavetas son los lugares a los que se les tiene más respeto. Habrán de coincidir conmigo que es de pésimo gusto eso de hurgar cualquiera de los dos espacios. Yo personalmente prefiero que me abran la nevera. No que me encante, pero puesto a escoger…
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com