Manolo, a ratos, es atacado por una fiebre “saludable”; vigila sus comidas y, en casos extremos, hasta va a un gimnasio. Durante la última fiebre, quise acompañarle a dar varias vueltas al parque para respirar aire puro, generar endorfinas y convencernos de que lo deberíamos hacer más a menudo.
En esta oportunidad nos cruzamos con una pareja que trotaba con elegante energía en sentido contrario. Como la velocidad de la pareja era muy superior a la nuestra, tuve la oportunidad de observar varias veces que mientras el hombre hablaba gesticulando sin perder el paso, ella se mantenía a su lado, reconcentrada, marcial y con la mirada fija en la pista.
Al terminar de dar nuestra última vuelta (en realidad la única) Nos encontramos con la pareja sentada en un muro bajo tomando un refresco energético. El seguía hablando y ella miraba a los transeúntes, como si buscara a alguien.
Sabiendo lo que le gusta a Manolo que uno se fije en detalles “discordantes”, le indiqué disimuladamente a los implicados en mi observación y le pregunté cuál sería la historia entre ellos. Manolo me preguntó si realmente la quería saber y yo afirmé con la cabeza.
─ Él no se atreve a decirle a ella lo que siente y por eso le ha venido planteando temas como su incomprensión acerca de la injusticia del mundo, el insoportable éxito de los aduladores, el no entender cómo nunca se resuelve el problema de la droga y la pérdida de la individualidad. Mientras que ella no ha escuchado nada porque solo piensa en los sacrificios que debe hacer para mantenerse en forma y preguntándose qué hace aquí al lado de un señor que, vuelta tras vuelta al parque, diagnostica y pone remedio al caos planetario, cuando ella solo desearía escuchar las palabras que otro hombre, cuyo rostro siempre la acompaña, nunca ha pronunciado. Palabras de amor.
─ ¡Estás inventando todo!
─ Te digo más, seguirán hablando sin escucharse y sin decir lo que verdaderamente piensan hasta que muchos años después, cuando ya no quede nada de lo que ellos desearon, alguien dirá que fueron felices para siempre ─ Manolo estalló en una larga carcajada ─ ¡Claro que lo estoy inventando!… pero podría ser verdad.
El caso es que la historia que Manolo había sembrado en mi cabeza pesaba más que la realidad y cuando nos alejábamos, miré a la pareja por última vez y, aun sabiendo que Manolo se lo había inventado todo, me dieron lástima.