Hay muchas formas distintas de ordenar una habitación, pero no se puede ordenar una habitación vacía
Fernando Savater
Toda opinión es ignorante. No por la parte que conoce, sino por el resto que desconoce. Todos somos profundamente ignorantes. No es algo especialmente preocupante, salvo, claro, cuando hay complacencia en la ignorancia o, peor aún, cuando se ignora que se es ignorante.
En una espléndida entrevista realizada por David Mejía, recientemente publicada por The Objective, el filósofo español Fernando Savater afirma que sus capacidades pedagógicas provienen de una rara cualidad: la ignorancia.
“No soy muy sabio. Soy muy ignorante y entiendo muy bien la ignorancia de los demás”, dice el maestro, una afirmación que sin duda llamará la atención del lector, sobre todo de aquel que conoce a Savater y su profusa obra.
“La virtud es conocimiento” es la reflexión que siempre acompañó el pensamiento y la acción de Sócrates, idea que transmitió a su más grande discípulo, Platón, y éste después a su alumno aventajado, Aristóteles.
La virtud, por lo tanto, puede enseñarse y el conocimiento se persigue. Sólo aquel que se cree en la cúspide del saber dejará de ansiarlo, únicamente aquel que se reconoce ignorante tendrá hambre de estudiar y siempre aprender.
La cualidad de la que habla Savater no es por lo tanto el no saber, sino el querer saber. Y es allí donde puede no sólo ser el impuso para buscar el conocimiento, sino también para emprenderlo junto con los demás. El aprendizaje, como casi todas las actividades humanas, es una experiencia colectiva.
Lamentablemente hoy pareciera que son pocos los interesados en recorrer ese trayecto. Y son muchos más los que, tal vez movidos por su vanidad, únicamente desean ser vistos y celebrados, estar en centro de los focos y hasta ser aplaudidos por sus insensateces.
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”, dijo una vez Umberto Eco en el diario La Stampa. Después, en el diario ABC afirmó que “la televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.
El problema, empero, no era la televisión, tampoco lo son hoy internet ni las redes sociales, sino la complacencia de la ignorancia, o la ignorancia de la ignorancia. Allí la cualidad destacada por Savater deja de ser un aliciente para perseguir desenfrenado el conocimiento, sino una licencia para en voz alta gritar que no se quiere pensar.