Hace unos días me encontraba en donde compro el agua potable. En el lugar tenían puesta la radio. El locutor lanzó una pregunta, que a la vez era un chiste. Yo respondí en voz alta, sin darme cuenta. A los pocos segundos el locutor dijo lo mismo que yo. Y el dueño del lugar se quedó viéndome y me preguntó cómo sabía la respuesta.
Eso lo inventé yo, le aseguré. A diferencia de otras ocasiones en que me ha sucedido algo similar, la persona no se extrañó ni me discutió. Aunque cuando he señalado este hecho, lo que habitualmente me dicen es que se trata de un chiste viejo, que se lo escucharon a no sé quién y no sé cuándo…
Bueno, yo también soy viejo. Y si a ver vamos, los chistes no se inventan solos; alguien debe haber sido el primero que lo dijo. Pero por alguna razón quienes me conocen, incluyendo personas muy cercanas, dudan de que haya podido ser yo el inventor. No me creen.
A pesar de que tengo unos cuantos libros escritos y publicados y a pesar de que en mis cuentas de redes solo cuento chistes que yo invento (no tengo por costumbre compartir memes y hasta ahora no lo he hecho ni una vez desde que abrí esas cuentas). Pero, desde el punto de vista de mis amigos y los no tan amigos, al parecer resulta más fácil escribir una novela de mil páginas que inventar un chiste tonto.
Ni que las bromas requirieran un alto nivel intelectual. Habría que preguntarles a los incrédulos qué se supone debe reunir como requisitos la persona que inventa chistes. Yo conozco a otros que también lo hacen.
Y supongo que les pasa lo que a mí: escuchan sus chistes luego de personas distintas. Pero esto no significa nada. Que yo sepa, no es un privilegio ni ningún pecado. Incluso me sucedió una vez que inventé una broma, sin pensar que era la gran cosa, y luego me lo contaban y me lo contaban… Llegué al punto de fastidiarme de mi propia broma.
El asunto es que el chiste no tiene copyright. Nadie reclama su autoría. Tal vez la próxima ocasión en que se me ocurra algo lo anoto en un papel y le tomo una de esas fotos en las que se lee la fecha, como prueba de mi inventiva. Quizás no sirva de nada y a la postre solo resulte un mal chiste.