Gente que Cuenta

La lección de Papucho,
por Victorino Muñoz

Amedeo Modigliani Atril press
Amedeo Modigliani,
Muchacho de ojos azules, 1916
Fuente: https://www.meisterdrucke.ie/

Papucho era un compañero de clases cuando yo estaba entre cuarto, quinto y sexto de primaria. Se entiende que ese no era su nombre sino un apodo. Pero lo que importa en esta historia es lo que aprendí, si no de él, por lo menos de la relación de amistad con él.

El asunto es que Papucho no era de los estudiantes más aventajados del salón, en la acepción tradicional que se da al término. Sacaba doce, a veces quince. En cambio yo era siempre el primero, no solo de la clase, sino de toda la escuela, en cuanto a notas se refiere. Y así fue siempre, luego en el liceo y en la universidad (aunque esa es otra historia).

Y si bien vivíamos relativamente cerca, nuestras realidades eran distintas, por no decir opuestas. Sus padres tenían una bonita casa. Eran dueños de negocio. Hasta sirvienta y todo había. Incluso un hermoso perro afgano. Papucho fue la primera persona que yo conocí que tuviera VHS, Atari y zapatos Vans originales. Parece el cuento de las dos Chelitas de Garmendia; pero no es cuento.

Él era mi amigo y yo de él. Sé que no lo era por aprovecharse, en el sentido de que él quisiera que lo ayudara con tareas o lo incluyera en trabajos para sacar mejor nota. Y yo tampoco cultivaba la amistad por disfrutar de las cosas que él tenía. Éramos amigos sin más ni más. O lo fuimos mientras duró el colegio.

Algún otro en mi lugar tal vez podría haberse preguntado: ¿para qué esforzarme en sacar buenas notas si a mí no me dan nada? No obstante, no lo pensé; y qué bueno que fue de esta manera, porque de ese tiempo conservo la costumbre de hacer las cosas bien porque sí, sin esperar recompensa aparte.

Dicen los que saben que esto se llama motivación al logro. El esfuerzo es lo que importa. Lo hice por muchos años sin saber que así se llamaba. Y aún no dejo de practicarlo. No espero ni siquiera el halago. De hecho, el halago no me agrada; me siento hasta extraño cuando alguien me hace un elogio.

El punto primordial es que yo entendí que, por mi situación familiar, no podía aspirar que me dieran las cosas que a él, porque no había los mismos recursos. No obstante, siendo la satisfacción del logro todo lo que obtenía, no iba a renunciar a ello. Era lo único que me quedaba y creo que esto en ocasiones es lo que me ayuda hoy día, incluso al escribir. Es decir, me esfuerzo por hacer lo mejor que puedo, aun temiendo que nadie llegue a darse cuenta.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de “Olímpicos e integrados”, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y “Página Roja”, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
rvictorino27@hotmail.com
Twitter:@soyvictorinox
Foto Geczain Tovar

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