El calor me irrita. No recuerdo hubiésemos tenido un verano tan agotador. Me siento ahogado cada vez que salgo a la calle.
Cuando me asomo al balcón y veo la casa de al lado, me doy cuenta de lo despiadada que ha sido esta temporada. El pasto se secó por completo. Se ha hecho una mancha grisácea, marrón y sepia. Un cuadrado muerto con pocos rasgos de vida que palpitaban con dificultad.
Aquel espacio frondoso lleno de saltamontes y que una vez al mes olía a clorofila alborotada por las cuchillas afiladas de la podadora, era ahora un polvorín dispuesto a arder con una leve chispa. Solo en una esquina reverdecía un matorral. Todo porque había una llave dañada que dejaba salir unas gotas. Era un anillo verde ante tanta muerte. Aquel grifo viejo de bronce se resistía a dejar morir al jardín.
Durante cuatro meses se fue apagando aquella casa. La soledad se percibía porque colgaba una enredadera muerta que subía por un árbol de guanábana, y el círculo donde estaba un rosal ahora solo mostraba las pequeñas varas que se conectaban con hilo para ayudar a que las matas crecieran rectas.
En la cuadra ya había varias casas que dejaron de sentirse vivas. El aire fresco que les entra parece salir cargado de polvo. Como si las casas tosieran alguna enfermedad contagiosa. Los árboles de mango más grandes están vivos porque supongo que consiguen algo de agua gracias a sus raíces más profundas. Las rejas están sucias. Las plantas han quedado solas. Están tristes. Las plantas de una casa no son como las de un bosque; se les siente la soledad. Ya nadie las riega. Nadie tropieza con ellas, ni recogen sus hojas secas. Los pequeños porrones ahora solo sirven para contener tierra. Las iguanas pasean con libertad por los porches resguardándose del calor.
El verano ha sido más caluroso que el del año pasado. Ellos pensaron solo en poner una cerradura más en cada puerta y soldar bien las rejas de los aires acondicionados.
En una de esas casas hasta hace poco hubo un perro. Algunos vecinos le tirábamos comida. Espero se haya escapado. Ya no se lo escucha ladrar.
Mañana pienso comprar un pico para la manguera. Quiero intentar amarrarla desde la reja de mi balcón y regar el jardín que abandonó mi vecino. Al menos hasta que venga el invierno.