
Naturaleza muerta con la máquina de coser de mi abuela, 2012
Cuando aprendí a coser ya había una vieja máquina Singer en casa, herencia de mi abuela, porque mamá, reaccionaria a la tradición, no aprendió nunca a cocinar, coser, bordar, ni siquiera a hacer un ruedo de falda. Yo reaccioné en contra y claro, terminé pareciéndome a esa abuela. Aprendí a bordar punto de cruz y de sombra, cosí mis propios vestidos mucho tiempo. Pero mentiría si dijese que solo fue porque quería contradecir la mentalidad “lave y listo”.
Me parecen preciosos los tapices, las alfombras hechas a mano y toda esa artesanía que los citadinos tenemos tan lejos que solo vemos en galerías, exposiciones y fotos. Me parecía de ensueño el mundo de la Alta Costura.
Así que conservo mis carretes de hilos negro, blanco y de colores, mi cartón de agujas y puedo remendar cualquier cosa, crear disfraces de carnaval para los niños. Mis especialidades son los de bruja, hada, ángel, vaquero, Supermán y Robin Hood.
Si quisiera, podría hacerme ropa, porque aprendí a cortar “por patrones” de dos fuentes básicas a finales del siglo pasado: Burda Moden, una revista alemana que traía los patrones dentro en una hoja extensible en colores que había que copiar, porque venían trazados uno sobre otro en diversos colores y Simplicity, una empresa gringa que colocaba su catálogo en las tiendas. Tras la selección, comprabas un sobre donde venían todas las piezas de los patrones, listas para colocar sobre la tela, cortar y armar según el folleto de instrucciones en varios idiomas.
Hoy, viendo la sobre oferta de trajes a una fracción del precio que hay en las redes, las rebajas de enero en las tiendas y la variedad, que hace posible satisfacer cualquier gusto y cualquier talla, me pregunto qué sentido práctico tiene coser, excepto para la industria de la ropa exclusiva hecha a mano.
Pero lo que me ocurre es que encuentro intacto el mismo placer: seleccionar telas, colores, texturas. Constatar cómo me quedan, armar el traje, la blusa o los pantalones, igual que otros arman carritos o rompecabezas, y finalmente coser, que es una disciplina satisfactoria, antiquísima y completa para la gente adecuada. Así que, pensándolo bien, no importa la multiplicación de la oferta de ropa, excepto porque se convierte en basura. La belleza y la funcionalidad de la artesanía siguen proporcionando serenidad, belleza y armonía.

es experta en el cultivo de huertos de hortalizas y flores.
lucygomezpontiluis@gmail.com