Sandalias blancas,
por Luli Delgado

Mis sueños suelen ser muy reales. Tanto, que días después, cuando los recuerdo, han mantenido intacta su narrativa y coherencia.

Mi primo opina que él sueña más con gente muerta que con gente que todavía vive, e invariablemente le pido que, por favor, cuando sueñe con ellos, les mande muchos saludos de mi parte.

A mí me pasa al revés. Mis personajes en la mayoría de los casos andan todavía por aquí, aunque el otro día me pasó que estaba en una playa a la que se bajaba por unas escaleras que a los lados tenían un murito, y al bajar y comenzar a alejarme, las piedras de la arena me molestaban muchísimo en los pies. Decidí devolverme y, oh sorpresa, sentada en el murito estaba nadie menos que Lulucita. Le conté lo que me estaba pasando y sin más se quitó sus sandalias y me las dio para que pudiera volver a la playa con piedras.

Me pareció una belleza de sueño el día que lo tuve, y me sigue pareciendo una belleza ahora, que lo comparto con ustedes. Es que ella era así, la mujer más generosa que se pueda conocer. No se prendía a nada, las cosas eran de quien las necesitara y por eso nada más natural que se quitara sus sandalias y me las diera.

Yo sé que puede sonar a sueño “amañado”, pero no veo ninguna razón por la que inventara nada así. Pasó de verdad, en mis sueños, pero pasó.

Lo que más me gusta de todo es que a pesar de que se mudó al Cielo hace varios años ya, todavía está conmigo. Yo tengo una foto de ella en mi closet y el otro día estaba oyendo a Gardel y le dejé la puerta abierta, porque a ella le encantaban los tangos. De hecho, fue quien me los enseñó. Y ahora que en horas atribuladas camino sobre piedras, ella, serena y cariñosa me presta sus sandalias. No se imaginan lo que la echo de menos, lo que la llevo en mi día a día como una presencia que no se esfuma, que me cuida y de paso todavía me presta sus cosas…

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