Si se nos hace difícil creer que alguien puede gozar viendo cómo sufre un animal, basta con asistir a una corrida de toros cualquiera para comprobar con que extasiada alegría saluda el público al chorro de sangre que brota del lomo del toro mientras una y otra vez le clavan puntillas, banderillas y finalmente la espada que acaba con la pobre bestia irracional.