
Taberna, c. 1909
Fuente: https://www.slam.org/
Mi jefe no entendía que renunciaba “para no saber qué hacer”, pero terminó por aceptar mi idea absurda de “disfrutar la incertidumbre”. Agilizó mi liquidación y me regaló un canto rodado verde que a mí me pareció solo un culo de botella limado, pero él me aseguró que atraía la buena suerte.
Tomé mi coche y puse rumbo a ninguna parte. Me detuve en un pueblito a repostar y a comer algo. Mientras me reponía en una rústica fonda, me dio la impresión de que los presentes estaban tensos. Miraban constantemente el reloj y le preguntaban al posadero: “¿Viene Quique?” y éste apenas asentía con los párpados cerrados.
Cuando estaba a punto de marcharme, entró al local un hombre con rostro de cuero viejo que mascaba un tabaco como si tuviera hambre. Por la actitud de todos comprendí que él era Quique. El hombre se sentó en la barra, pidió una cerveza y repasó con la mirada a todos los asistentes. Se quedó viendo a un calvo con bigote y espejuelos redondos que parecía leer atentamente un periódico.
─ ¡Eh… Antonio! ─ obviamente Antonio era el calvo de bigote ─ ¿qué te pareció la última estupidez del gobierno?
Antonio ni siquiera levantó la vista del periódico, pero su voz era tan sonora como un clarín de guerra.
─ La única estupidez es creer que lo que ha hecho el gobierno es una estupidez.
Y así comenzó la batalla. Quique y Antonio se enzarzaron en un duelo de argumentos donde se hacía evidente su irreductible lealtad hacia sus rabias y prejuicios más allá de todo sentido de verdad. Mientras el tono belicoso escalaba peligrosamente me pregunté si alguno de ellos sabía por qué atacaba o defendía al gobierno y, más aún, si discutir eso tenía sentido. Sin embargo, el auditorio seguía atentamente las rebuscadas fintas con las que cada uno de los contendientes descalificaba lo que el otro acababa de decir. Aplausos, gritos y silbidos completaban la dramatización de un circo romano con sus gladiadores.
Para terminar, uno de ellos, no recuerdo cual dijo: “No se puede discutir con imbéciles” y se fue. La mitad del auditorio se lamentaba y la otra mitad iba donde el posadero a cobrar la apuesta acerca de quien se iría ese día, porque esa era la diversión diaria del pueblo. En aquel espectáculo, la única sangre derramada era la del tiempo perdido.
Me alejé lo más rápido que pude, no porque tuviera prisa, sino por temor a que me gustara aquel juego.

Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com