La Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal.
Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel
Ignoro cuántos de los libros que se perdieron en la Biblioteca de Alejandría no fueron jamás recuperados. Se asegura que fueron miles. Claro, eran otras épocas, en las que libro y ejemplar eran prácticamente sinónimos: pocos eran los volúmenes que tenían alguna copia en otra parte.
Con el correr de los tiempos y la invención de la imprenta, distintos serían los resultados de la destrucción de los libros por obra de la naturaleza o las tentativas por obra humana. Los nazis, por ejemplo, quisieron execrar unos cuantos de la historia de la literatura. Se dice que El golem de Gustav Meyrink fue uno de los perseguidos. Pero sobrevivió a ese fanatismo piromaníaco, como muchos más.
Alguien, un probable precursor de los personajes de Fahrenheit 452, habrá conservado algún ejemplar, y de allí salieron otros, como de una semilla sale una planta. Y es que un libro no es solo un texto impreso, así como un instrumento no es la música. La destrucción de unos u otros no supone el final del arte que representa o de las ideas que acrisola.
Recientemente, asistimos a otras formas de inquisición, que también tienen por objeto el libro. No se los quema, pero son censurados; son modificados; se retiran de librerías; se marca a los autores (no con una estrella de David, pero casi); o al menos es la intención.
En algunos casos, no se trata más que de hechos aislados, emprendidos por un grupo o una institución, aunque magnificados por esos aparatos capaces de producir gran ruido con poco contenido, y que comúnmente llamamos redes sociales.
¿Qué persiguen tales grupos, que deciden modificar un libro hoy para acomodarlo a su visión actual de mundo, como si tal cosa fuera posible? En el mejor de los casos, solo consiguen ganar una notoriedad transitoria y muy pronto olvidada.
Y lo digo con propiedad: es vano pretender hacer esto con los libros en los actuales tiempos, dado que los ejemplares incómodos, molestos, con palabras que no les van a algunas personas, seguirán existiendo y difundiéndose, gracias a las nuevas tecnologías, precisamente.
Y es que si nada pudieron hacer los nazis con todo su poder, menos podrán los nuevos inquisidores. Parafraseando el epígrafe de Borges: la Internet es tan vasta que todo intento de eliminar libros quedará condenado al ridículo. Los libros prohibidos seguirán circulando, clandestinamente, hasta que pase el furor.