Gente que Cuenta

Manual para criticar, por Victorino Muñoz

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Joan Miró,
Cantante de ópera, 1934

Es una fiesta elegante, de la alta sociedad. Una mujer algo mayor canta, acompañada de un joven al piano. Un hombre, algo achispado, le da un golpe con el codo al que tiene al lado, y volviéndose hacia el mismo, le susurra:

– Me va a disculpar, pero esa mujer canta horrible.

Sin perder su aplomo, el otro responde:

– Es mi esposa.

Pese a los tragos que tiene entre pecho y espalda, el primer hombre se da cuenta de que metió la pata. Trata de tapar un roto con un descosido:

– Yo creo que es más bien el del piano, que va por otro lado.

– Es mi hijo.

El impertinente no ceja en su empeño y se lanza con el tercer intento:

– Debe ser la canción.

– La compuse yo.

Arte difícil de dominar es la discreción. Tenemos muchas formas de comenzar este nuestro segundo manual, pero tememos que el espacio se nos haga corto. Porque si algo nos caracteriza a los seres humanos en sociedad es el hablar de más y, al hablar de más, es muy fácil equivocarse.

Tal vez la lección, primera lección, la más obvia y la fundamental, sea aquella frase que se le atribuye a Shakespeare: uno es amo de lo que calla y esclavo de lo que dice. Si no abrimos la boca, posiblemente no nos equivocaremos. Y aunque es un error callar a veces, sobre todo cuando hay injusticias, al menos no se peca de indiscreto.

¿Cuál sería la segunda lección? También nos parece obvia y está condensada en aquel consejo que da la sabiduría popular: si no tienes nada bueno que decir, no digas nada. Se parece un poco a la anterior. Pero aquí no nos dicen que callemos siempre, sino que no digamos lo malo, sino solo lo bueno.

Pero, aquí va la tercera lección: si eres de los que no se pueden callar, mejor averigua primero, diciendo cualquier otra cosa:

– Qué vestido tan bonito tiene esa señora. ¿Usted la conoce?

Así, si el otro aclara que es su esposa, no decimos más. Pero, resulta que no son parientes ni nada, entonces nos soltamos a criticar: pero canta horrible. Si el otro es igual de indiscreto, es posible que de esto salga una linda amistad.

Y después de todo no estamos seguros de si ser discretos significa también ser aburridos. Tal vez si decimos algo, sin que nos metamos en problemas o resultemos impertinentes, o sin que lo sepa el interesado, no se considere indiscreción.

Habría que averiguar. Mientras tanto, que siga la fiesta: fígaro qua, fígaro la. Porque yo también canto, aunque en el baño, para que nadie se vaya a burlar. Hay mucha gente indiscreta por allí.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y Página Roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
rvictorino27@hotmail.com
Twitter:@soyvictorinox
Foto Geczain Tovar

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