Todos los días, Mar llegaba al colegio con dolor de estómago. No se lo había contado a sus padres por vergüenza, pero dos chicas de su clase, Lina y Luna, la tenían tomada con ella. La peor era Luna, tan grandota y tan mala. A escondidas de los profes, la pegaban empujones, pisotones, pellizcos. Y caminaban detrás de ella haciéndole burla e insultándola: monstruo, moco, tonta, cegata. Porque Mar llevaba gafas, unas gafas muy raras con un cristal tapado. Y sin gafas era aún peor, porque entonces la gente podía ver que tenía un ojo que se le iba para un lado, como si quisiera escaparse de su cara. Sus padres decían que no pasaba nada, que el ojo se corregiría en poco tiempo. Pero cuando Lina y Luna se reían de ella, Mar se sentía de verdad un poco monstruo. Era muy triste.
Lina y Luna solían aprovechar los recreos para atormentarla, así que Mar salía corriendo en cuanto sonaba el timbre e intentaba ocultarse. Últimamente había encontrado un escondite muy bueno detrás de la caseta de Feroz, el perro del conserje, un animal negro muy grande y muy fiero. Daba mucho miedo a todo el mundo, porque estaba siempre muy enfadado y ladraba y arrugaba el hocico y enseñaba unos colmillos enormes. Nadie quería pasar cerca. Ni los profesores.
Pero a Mar le daba más pena que miedo. Porque Feroz estaba todo el día atado a una cadena muy corta, y cuando se ponía furioso, casi se estrangulaba de tanto tirar. La niña pensaba que el pobre animal tampoco era querido. Que era un poco monstruo, como ella. Por eso, y por lo del dolor de estómago, empezó a compartir pedacitos de su bocadillo con el perro. Al principio se los arrojaba desde lejos, desde la parte de atrás de la caseta, a donde Feroz no podía llegar por la cadena; pero con los días los dos fueron ganando confianza, y al final el perro se zampaba tranquilamente medio bocadillo de la mano de la niña.
Un día Luna atrapó a Mar en el recreo antes de que pudiera esconderse. “Cegata culo de rata, fea, bizca”, decía Luna mientras la agarraba del pelo. Mar intentaba no llorar, porque sabía que, si atraía la atención del profesor, luego se lo harían pagar. Pero entonces pasó algo increíble: al otro lado del gran patio, Feroz pareció darse cuenta de lo que pasaba. Se puso como loco, aullaba y enseñaba los colmillos y tiraba con desesperación de la cadena. Tiró tanto que su collar de cuero se rompió y quedó libre. Y salió disparado hacia Mar y Luna. Los niños empezaron a chillar, los profesores empezaron a chillar, todos corrieron aterrados. Todos menos Mar. Feroz llegó junto a la niña, se detuvo en seco y le lamió la cara. Y Mar le echó una mano por encima del lomo (el animal era tan alto como ella) y empezaron a pasear por el patio muy tranquilos, como dos amigos, ante el asombro de todos, incluyendo a Luna, que había sido la primera en salir huyendo.
A partir de entonces Mar se convirtió en la niña más popular del colegio, y Lina y Luna dejaron de dar miedo y ya no pudieron hacer daño. Pero lo mejor es que los padres de Mar le compraron el perro al portero. Ahora Feroz vive libre y feliz y duerme cada noche junto a la cama de Mar. El perro ha empezado a olvidarse de la cadena y la niña ha empezado a olvidar que le dolía el estómago cuando iba al colegio.