Gente que Cuenta

Memoria malcriada – Luli Delgado

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La penetración de un pensamiento
Gandy Brodie
1958

Se me ocurre que a veces nuestra memoria, o por lo menos la mía, es como una hija ingrata, que uno educa, alimenta con los mejores nutrientes, ejercita, quiere y cuida como nada, y de buenas a primeras agarra una perrera, se encabrita y me abandona.

No hay nada que me fastidie más que cuando en medio de una frase, o en el proceso de acordarme de un evento, de buenas a primeras se me tranca el serrucho y me falta una pieza.

Me resulta desesperante, porque sé que sí lo tengo en la memoria, aunque en ese momento no lo logre ubicar. ¿Cómo era que se llamaba? ¿A quién es que se me parece? ¿Dónde fue que me dijo?

¿Cómo era que se llamaba?, ¿a quién es que me parece?, ¿Dónde fue que me dijo?

No poderme acordar inmediatamente y emprender una angustiosa e incansable búsqueda, son una misma cosa. Según la gravedad del caso, la cacería puede demorar minutos o ser asunto de días, e inclusive puede hasta llegar al extremo de que no me quede más recurso que echarlo a saco roto, con la consecuente sensación de que el Alzheimer lo tengo a la vuelta de la esquina.

Afortunadamente, si bien eso ya es cuando no hallo por dónde más exprimirme el cerebro, son raros los casos.

Pero por andar metiéndome donde nadie me llamó, de un tiempo para acá el fastidio se me puso peor. Fue a raíz de un libro que explica la teoría que el Dr. Freud elaboró sobre los olvidos involuntarios. Según pude entender, a uno no se olvidan las cosas así como así, sino que esos olvidos involuntarios responden a mecanismos del inconsciente que pretenden esconder otras cosas.

Ahí sí que la compusimos, porque desde que llegó esa explicación a mi vida y hasta el sol de hoy, la tarea ha pasado a ser doble. Por un lado, el desenfreno por acordarme del dato que se me evaporó y, a veces en paralelo, o después de haberlo encontrado, la búsqueda de la posible explicación de mi lapso. Puede llegar a ser realmente ensordecedor.

Lo más lamentable de todo, es que cuando por fin aparece lo que tanto esfuerzo me costó encontrar, suele ser de una simplicidad ridícula. Ahí es donde comienza la segunda parte de la función y, lupa en mano, como una Sherlock Holmes de botiquín, me meto a tratar de desenredar las inagotables marañas que habitan en mi cabeza, para tratar de descubrir por qué fue que se me olvidó.

¿Cuál de las dos es más necia: mi memoria escurridiza, o mi manía de acordarme de todo?

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Luli Delgado es periodista venezolana, Master en Artes de Cine y  Video – por The American University, Washington, DC.
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, e Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com

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