¿Qué hace que a una idea le vayan saliendo raíces y hasta hojitas?
No sé. Tal vez que a alguien más le guste, o que se te ocurra en un momento especial de tu vida, o que sepas por dónde van los tiros y eso te anime. Vaya uno a saber.
El Atril nació como un acta de servilleta, y a medida que fue tomando forma, mucha gente me ayudó a llevarlo a buen puerto: Alfredo y su equipo de estudios, un diseñador de páginas web hindú, otro colombiano.
En Brasil, primero Claudia y después Angélica, en España Lucy, y en la Baleares Diego hizo el logo, en Venezuela mis compañeros de El Universal y en el Brasil gente con la que trabajé en alguna oportunidad.
Se barajaron varios nombres, cómo sería el logo, el diseño de la página. En fin. Atril no salió de la nada. Fueron varios meses de trabajo para irlo definiendo.
De la lista de posibles colaboradores algunos confirmaron, otros se incorporaron más adelante y hubo quien nunca manifestó interés.
Elementor, el programa de WordPress para páginas web fue otro desafío, por no llamarlo dolor de cabeza. Es un programa con muchas mañas y mi aprendizaje fue lento. Me llevaba el triple de tiempo entender lo que había que hacer y no me atrevía a entrarle sin rueditas.
Por fin, definimos como fecha de lanzamiento el 27 de junio, día del periodista en Venezuela, y con la respiración contenida, salimos a escena.
De todo esto ya hace dos años. Parece que el Atril ha estado ahí desde siempre. Ya no resulta extraño el nombre ni se me hace difícil el montaje de cada edición. Ahora que reviso mis archivos para escribir esta nota, me doy cuenta del tamaño del proyecto y de la cantidad de ayuda que recibí de quienes logré convencer de que era un proyecto posible.
¿Un día importante en mi vida? Pues, ¡este mismo!, en el que les escribo orgullosa del Atril y sobre todo agradecida a la gran cantidad de personas que lo hicieron y todavía lo hacen posible.