Soy muy afortunada de tener vecinos maravillosos.
En el verano me cortan la grama. En el invierno me palean la nieve.
Me prestan libros, me invitan a tomar vino, me dan consejos financieros y hasta sentimentales.
Yo les agradezco llevándoles flores de vez en cuando o dejándoles una caja de chocolates y una tarjeta en su puerta.
Pero mis vecinos de atrás son otra cosa.
Viven en una edificación maravillosa, con vista privilegiada y una arquitectura superior, diseñada especialmente para la severidad del clima en estas latitudes.
El problema es que en esta época del año se vuelven escandalosos.
Desde muy temprano en la mañana están conversando y trayendo materiales, madera, palos. En Calgary hay un dicho que dice que solo hay dos estaciones, “winter and construction season”.
Es la estación para construir, remodelar, añadir comodidad a la vivienda.
Y claro, para estos vecinos en particular, es el clima ideal para hacer arreglos.
Todo el día, van y vienen, conversan entre sí y cantan, durísimo.
Pero los adoro a todos, aunque interrumpan mi sueño, hagan fiesta y me aturdan en las tardes.
Son magníficos, en sus variados plumajes y registros vocales.
Sí, adivinaron, son la más bella variedad de pájaros canadienses que vienen a habitar su condominio de belleza arquitectónica única: el pino gigante de mi jardín.
Mis alegres vecinos de atrás son robins, chickadees, finches, pájaros carpinteros, faisanes y hasta los magpies (las urracas) son majestuosos.
Es mi vida aérea, mis aves, mi nueva iconografía.
Mi hogar.
Ese lugar donde podemos llorar y cantar a nuestras anchas.