Como mencioné antes, los que no somos primos ni Chuchos normalmente no tenemos aspiraciones gubernamentales, sino de desarrollar una habilidad, un arte, lograr una obra importante, aunque mal paguen. Y no digo con esto que todo el que aspire a un cargo es un personaje detestable; simplemente lo insinúo; y si me equivoco, me hago cargo.
Claro, así como está lleno el mundo de personas que ocupan un lugar equivocado y de personas que no quieren que otros brillen, también hay unos que han tenido la suerte de poder desarrollar una habilidad o talento, ayudados por alguien que no sufre de esos males de los que hemos hablado, vale decir: la envidia, la trampa, la argucia, el ninguneo y el menoscabo.
Pero, por otro lado, hay hartos casos de personas con grandes dotes y talentos, que no germinan en nada, porque tienen que vivir con un saco en el lomo en lugar de cargar el violoncello que podrían estar tocando.
Debe haber extraordinarios jugadores de baloncesto que nunca han jugado, excelsos actores que nunca han pisado unas tablas, tal vez escritores con una habilidad increíble, pero que ni escribir saben. A veces me pongo a pensar en estas cosas y me mareo, como quien sufre de vértigos literarios o vahídos filosóficos o existenciales.
Y quién sabe de qué nos estemos perdiendo, por culpa de tanto primo de Chucho, o hijo de algo. ¿Estaría curado el VIH? ¿Habríamos llegado a las estrellas? ¿Un maratón en menos de dos horas? No se sabe.
Hay quien culpa de la falta de avances en las ciencias a los dogmas. No los exculpo. Pero hay muchos otros responsables de que nuestro mundo se haya torcido en algún momento y echamos un paso para adelante, dos para atrás y tres para los lados. Vamos como perdidos, haciéndonos el mal los unos a los otros, con el río cada vez más revuelto y sin ver por dónde nadamos.
Mejor cambio el tema, porque seguro voy a terminar llorando. Si los ven por ahí, salúdenme a Chucho y a su primo. Y a la madre que los parió. Porque dice uno que deben tener madre.