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Juan podría ser el fruto de los libros que leyeron sus padres.
A Juan nunca se los leyeron, no tuvieron tiempo. Se peleaban mucho y su padre dejó la casa y sus libros cuando Juan era un niño aún. La madre los guardó en un altillo como poniendo un cordón sanitario entre Juan y los libros del marido huido.
Con el tiempo Juan descubrió esos libros y empezó a leerlos. Así fue descubriendo a su padre. Uno de ellos se llamaba Desfile de las estrellas. Era sobre las estrellas, sus distancias, luminosidad y otras yerbas. Las estrellas tenían nombres como Sirius, Betelgeuse. Nada que ver con las revistas sobre las estrellas que leía su madre, que suscribía a una revista de nombre Écran. Ahí desfilaban las estrellas de cine con nombres como Elizabeth Taylor, Kim Novak.
Juan fue creciendo y descubrió otro libro de su padre: Más allá del río de la Muerte, y esa fue su primera exposición al Brasil, país que sonaba tan lejano cuanto las estrellas de sus padres. De su madre leyó libros de arte y los libros de Lobsang Rampa. Ahí se hablaba del tercer ojo, que no era el ojo ciego que Juan descubrió más tarde, sino un ojo que permitía ver el aura de las personas.
O sea, leyendo los libros de uno y otro, Juan creció trastabillando entre los mundos factuales de su padre y los fabulosos de su madre, ambos muy distantes de su realidad. Tal vez sea por eso por lo que nunca encajó en la escuela. Se decía que era raro. Tal vez siga siéndolo. Pero Juan se hizo como pudo. Y tal vez sea como nos hacemos todos, polvo de estrellas que somos.