Posesión textual,
por Victorino Muñoz

Cuando yo era un adolescente inexperto, y aún no aprendiz de escritor, tuve la oportunidad de leer una novela sobre un joven, otro adolescente inexperto, aprendiz de escritor, que quería- hoy ya puedo reconstruir la frase completa- ser sublime sin interrupción.

A esa edad, me excuso hoy, no me importaban mucho los títulos de los libros, ni los nombres de los autores; sé que me lo prestaron, lo leí rápidamente y lo devolví, más preocupado por el hecho de que me prestarían otros que por el placer en sí.

Y de todos los que leí en mi primera época verdaderamente feliz de mi vida como lector, ese fue precisamente el que más indeleble se presentaba en la memoria. Nunca quise preguntar a nadie, por el temor de que resultara ser literatura no muy seria aquella que veneraba tanto mi memoria.

Pero en el fondo, de alguna manera azarosa y vaga, buscaba ese libro. He aquí que un día estoy en una venta de usados y veo Las ninfas de Francisco Umbral, autor de quien no había leído más que un dudoso diccionario de literatura, en el que se burla de todos y de sí.

Tomé la novela pensando que, como no tenía un libro del autor, bien podría comprarla (sólo por esa razón). Abro una página al azar y encuentro el inconfundible nombre del personaje secundario (Cristo Teodorito), alter ego del personaje principal.

Las ninfas es una novela de iniciación con algo de un cuadro de costumbres de la vida literaria de una ciudad provinciana la España post guerra civil. El argumento no difiere demasiado de las de este mismo género: un joven que comienza a conocer la vida, el sexo, las letras, entre delirios religiosos, borracheras y reprobaciones de los padres y de la sociedad.

Debo haber leído el texto con el mismo fervor frenético de mi juventud, y con el mismo juicio concluyente al final, aun a pesar de que solemos creer que todo lo que nos gustaba de jóvenes (la comida, la ropa, la música) son detestables solo por el hecho de que nos gustaban cuando éramos jóvenes.

Y mientras leía Las ninfas, y pensaba en lo que era y fue para mí esta obra (el libro más importante), encontré que la mayor pregunta que me hacía ya había sido respondida por el mismo autor:

“… sólo muchos años más tarde he vuelto a saber que, efectivamente… lo que uno lee después de la adolescencia es ya siempre repetición de lo leído (se lee siempre el mismo libro, como se escribe el mismo libro; el que uno quiere leer y escribir, nuestro libro) y porque no hay manera de que un libro leído más tarde pueda poseernos como nos poseyó aquel, como nos poseyeron aquellos.”
Francisco Umbral

del mismo autor