Gente que Cuenta

QEPD,
por Luli Delgado

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Beth Conklin,
Técnicas mixtas y arte digital, s/f

Confieso que le tuve mucho miedo a la muerte durante buena parte de mi vida, hasta que Lulucita se fue al Cielo y como ahora sé que me está esperando y que en su debido momento me viene a buscar, mis temores se han ido calmando. Pero, aun así, la muerte siempre me infunde mucho respeto.

Algún día lo voy a conversar con alguien que entienda del tema, o a lo mejor ustedes me pueden ayudar, pero el caso es que con todo y que morirse es irreversible y que un día va a llegar a ponerle fin a nuestra existencia, los cementerios tienen para mí un enorme atractivo. Como si me llamaran.

Es una sensación especial. Ver tantos nombres con fechas irreemplazables, gente que, como nosotros ahora, pasó por lo mismo, amores, esperanzas, tristezas, felicidad. Gente que tuvo que aguardar, que no le quedó sino resignarse, que celebró algo con todo su corazón. En fin, que vivió lo que ahora es nuestro turno de vivir, y, con más o menos razón, están allí, algunos con velitas y con flores, otros más olvidados, con o sin foto, con o sin lápidas grabadas con los mensajes de los deudos.

No importa el tamaño de la angustia o el miedo. Un cementerio invariablemente me lleva a la reflexión de que las cosas pasan y que el tiempo amaina cualquier temporal…Para mí todo esto ejerce una fascinación difícil de explicar.

El señor de mi casa recuerda que una de las primeras veces que salimos, un sábado, creo, después de desayunarnos andábamos paseando en su moto y pasamos por un cementerio enorme que hay en São Paulo. Yo le pedí que nos bajáramos y caminamos un buen rato. Para mí era un paseo tan normal que ni se me ocurrió imaginarme que podría ser motivo para que él saliera corriendo despavorido de mi vida, pero igual eso no pasó y juntos hasta la fecha de hoy ya perdimos la cuenta de los cementerios que hemos ido a visitar.

Inclusive fuimos una vez a pedirle al sepulturero que nos regalara un pedazo de mármol que necesitábamos en nuestra casa. Mientras cavaba una fosa, muy gentilmente nos dijo dónde podíamos buscarlo. Yo le pregunté que por qué la estaba cavando y me dijo que era para enterrar a un señor que estaban velando. Pues a la sala de velorios me fui, le recé un poquito, le di mis condolencias a los deudos y me quedé dos minutos velándole su sueño ahora eterno, con la piel color de cera.

El otro día volví y me puse a hacer fotos. Cuando estaba de lo más concentrada, oí una voz que a mis espaldas me dijo: “Aquí no se pueden sacar fotos sin permiso”. Me dio un sustico, tal vez porque no nos terminamos de convencer de que los muertos no salen aunque desde sus lápidas nos recuerden nuestra fragilidad y nos reiteren la promesa de paz eterna.

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Luli Delgado es periodista venezolana, Master en Artes de Cine y  Video – por The American University, Washington, DC.
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com

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