Papá crió siete hijas junto a mamá. Siendo sincera, él disfrutó esta labor, la más dura de su vida. Si la veo en retrospectiva, pienso que la situación social y política de ese tiempo era pesarosa; sin embargo, pasó desapercibida debido al carnaval pintoresco que le regalaron sus hijas queridas.
En su día a día, mi progenitor vivió en versatilidad absoluta. Una de su tribu cantaba, otra se sentía nostálgica, las más sociables exigían lo impuesto por la moda, mientras las restantes caminaban a pasos acelerados. “Quiero ser paracaidista, a mí nadie me detiene”, decía la menos cuerda. “Yo amo el teatro y los besos de galanes…”, se amotinaba la más avezada.
Pobre pa’, cuando no podía calmar a sus hijas, y a manera de reflexión, estampaba: “Hijita, el que no te conoce te compra”. Quién iba a imaginar que su estribillo encerraba una verdad fehaciente, pues el que no convive con alguien le es imposible conocer las reacciones que oculta su comportamiento. ¡Claro¡, la familia no nos compra, apenas nos soporta.
El que compra es el cónyuge miope y distante. Al principio, ninguno se expone tal cual. El “guardadito” de manías viene en la valija que abrimos después.
Papá tenía razón, el que no nos conoce nos compra. Antes, el que deseaba compartir la vida con alguien, le compraba, en el buen sentido, porque ignoraba el fuste de su vestimenta, su furia, la escasez de sus bondades…
Hoy, con la prisa, libertades, conflictos y empoderamientos, nadie conoce la mercancía o figura ofertada; a lo sumo se animan a alquilarla (o). Todo es difícil que llegue a buen término, incluso el alquiler… Papá permanece bien donde está.