Gente que Cuenta

Samuel y Paquirri, por Alejandro Moreno

Paquirri 2

Samuel sabe que “escucharte reír es poesía en sí misma”. Una frase se abre como cornada, “me matas como Avispado a Paquirri”, y a esa hora de la madrugada vibra el desamparo, se le hinca otra frase en el costado: “todos los días desde que te conocí son veintiséis de septiembre”. Aunque los tragos de ron a esa hora solo están en su memoria, se sigue desvaneciendo en el abismo que “es aire que ahoga”.

Se dicen “adiós entre una muy pertinaz lluvia de acentos y lágrimas”. “¿Te acuerdas?” Se dice a sí mismo. Todo ha sido magnífico y quizás por eso tal vez es muy ilusorio y doloroso. Samuel está tan exhausto como el toro “todavía el hilo de sangre mancha todo”. La melancolía hiere dos veces porque volverse a conmover nunca ha sido fácil para nadie. Un camino de botellas vacías y anhelos tardíos separa a Samuel del amanecer. Vuelve al fondo de su pena y la madrugada juega muñecas con la tristeza que gatea: sigue escribiendo “disculpa las referencias imposibles. Disculpa la serpiente que se muerde la cola”. Nunca estuvo tan cerca de ella como esos instantes que se le acumulan en el paladar polvoriento “tus manos suaves, tu voz entrecortada”. Entrecierra los ojos y el sabor lejano del ron lo vuelve a derrotar. Queda inaugurada su melancolía  dejémoslo ir, Paquirri está muerto; y yo, respirando aún, también.

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