Si es noticia lo que hace o dice Catherine Middleton, mejor conocida como princesa de Gales, lo que usa no deja de ser escrutado. La futura reina de Inglaterra, a sus 40 años, lleva dos décadas siendo el bocado preferido de los fotógrafos. No sabemos si se ha acostumbrado, pero lo cierto es que ella conoce el valor de la sonrisa y hasta ahora es su arma secreta para cautivar a la prensa y al gran público.
En la cena de Estado ofrecida por su suegro Carlos III al presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, y a su esposa, la primera dama Kim Keon Hee, la futura reina, quien no opacó a la invitada, tampoco pasó desapercibida, y no lo hizo con un traje al estilo reina Máxima, sino con un vestido muy sencillo, que presentaba un bordado, un modelo nada extraordinario, pues está marcado por el recato oficial.
Pero Kate se fue al joyero real y encontró una tiara que no se había sido en la cabeza de nadie en las tres últimas generaciones de ciudadanos del mundo. Se trata de la Strathmore Rose, un regalo de los padres de la reina madre cuando se casó con Alberto duque de York, mejor conocido después como Jorge VI.
Una joya que ha estado presente en varias exposiciones y que algunos afirman que Lady Elizabeth Bowes Lyon, una vez reina consorte, prefirió hurgar en el joyero real y dejarla de lado. Otros señalan que fue su peculiar estilo Art Nouveau lo que influyó para que quedara más como recuerdo.
La Strathmore Rose debe su nombre a Claude George Bowes-Lyon, conde de Strathmore y Kinghorne, padre de la reina madre, que no la usó, y tampoco se adaptaba a la personalidad de Isabel II, quien la heredó al morir su madre. Pero a la princesa de Gales le queda de maravilla y ha decidido rescatarla. De esta manera no solo pone de manifiesto el respeto de los Windsor por las tradiciones, sino que se desmarca de comparaciones.
La tiara se compró en la década de 1920 a Catchpole & Williams, comerciante con sede en Londres. Se debe haber fabricado en las postrimerías del siglo XIX. Sus flores se desmontan y se pueden usar como broche.
Kate y sus estilistas nos muestran que nada pasa de moda y que todo depende de cómo se lleve. Esto me hace recordar la ligereza con que hoy muchos se deshacen de sus recuerdos.