Recuerdo con cariño mis maestras, en especial una, joven y bonita y que nos ayudaba mucho. Pero fui saltando por varios países y me resigné a haberla perdido. Hasta que, cuando ya también yo profesor, habiendo terminado de dar una charla en San Pablo, se me acercó esta bella mujer queriendo saber dónde había estudiado mi primaria. Mal le dije el nombre de la escuela, se le iluminó la cara mientras que en un abrazo apretado me decía ¡Yo fui tu maestra! Era ella sí, la que yo creí que había perdido para siempre sin poder agradecerle por haberme ayudado a crecer. Todavía sonrío al recordar ese momento, por el que le doy gracias a Dios.