Para poder escribir está crónica tuve que empezar por averiguar con mi tío Alfonso si el término “saporrabúo” era coriano o paraguanero, los dos orígenes de mi rama materna. Concluimos que era paraguanero. En Fin.
Para quienes no lo conozcan, un “saporrabúo” es una persona que cree que sabe más que todo el mundo, y que, arrogante, ve al resto de la humanidad con desdeño. Un sapo con rabo, pues.
A ver. En el colegio de mi hija se organizó una vez una jornada de trueque, con el objetivo de dar a conocer la primera manera conocida de hacer comercio. Se dividió a la clase en grupos y a cada uno se le asignó un oficio: talabartero, carpintero, herrero y por ahí siguió la lista.
No viene al caso el resultado, pero en cambio me puso y todavía me pone a pensar sobre qué oficio conocemos verdaderamente sin necesidad de la plataforma con la que contamos.
¿Quién sabe fabricar bombillos, por ejemplo? ¿O aviones? ¿O máquinas de cualquier tipo? ¿Internet?, para no ir tan lejos. Y sin embargo prendemos la luz, las máquinas, y nos metemos en el ciberespacio, con aires de dueños absolutos de todos estos mecanismos.
Los usuarios originales del sistema de trueque todavía no habían entendido el uso de la moneda, que dicho sea de paso, muchos de nosotros tampoco lo entendemos del todo, pero en cambio eran capaces de forjar una espada, o tallar una mesa, o pasar tres generaciones edificando una catedral.
No me quiero ni imaginar que nos pusieran en eso a nosotros, que todo lo resolvemos vía tutoriales de YouTube y que es más lo que nos falta por aprender que lo que realmente sabemos.
¿Qué le podríamos intercambiar a quién por qué? Los invito a meterse por esa calle para que vean lo complicado que puede llegar a ponerse, sobre todo para los más “saporrabúos”, a quienes nos dio por pasar cinco años en una universidad. A título personal, creo que me moriría en el intento.
¿Logré explicar mejor ahora por qué fue que el término me vino a la memoria?