Plantas sabias, por Lucy Gómez

Las plantas nos leen. A nosotros, al viento, a otros animales, y a otras plantas.

Tienen sensores, células que detectan cambios químicos, eléctricos, sónicos y hasta nuestras intenciones. La raíz de las plantas es una central que recibe y reparte información a las hojas y al resto de su cuerpo para decidir abrir o cerrar estomas -sus poros- en respuesta al calor, al frío, a la lluvia. Para que decida florecer si ya es el tiempo, o no. En el caso de los bulbos, para morir y renacer cuando le convenga. Hasta aquí, nada que no sepamos desde la secundaria.

Sólo que hilando fino se ha encontrado que reaccionan a la presencia de animales depredadores de sus hojas, como las cabras, a las plagas, a los hongos y, en fin, a nosotros, que las arrasamos por impulso.

Se defienden de muchas maneras. Pueden disuadir y atacar esparciendo espinas, tóxicos, escondiéndose. Otra línea de acción es inclusiva: enamorándonos. Algo así hicieron el café y el tabaco. Sus semillas han llegado a todo el mundo y se reproducen miles de millones de veces gracias a nuestros esfuerzos, lo que la planta no hubiera podido hacer si hubiera permanecido sin moverse de su primer hábitat. Sus olores, sus sabores nos vencieron. Lo mismo ha pasado con las hortalizas, las flores y muchas de las plantas base para drogas duras. Los humanos las sembramos masivamente.

Las plantas permanecerán aquí aún si nos vamos. Encontrarán otro ser que les sea igualmente útil.

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