Unas letricas – Luli Delgado
Mi abuela contaba que en la ciudad donde ella vivía, cada familia tenía una forma particular de mezclar pigmentos y hacer su propia tinta. La de nuestra familia, a base de onoto, era rojiza.
Recordaba cómo era delicioso recibir lo que en genérico se llamaba “unas letricas” repasar las caligrafías maravillosas de cada uno y guardarlas con cintas de colores en orden de fechas y remitentes. Lo contaba con tal entusiasmo, que en nuestra familia las cartas adquirieron el genérico de unas letricas.
Más adelante, la máquina de escribir pasó a ser la novedad que sustituía a las letricas manuscritas. Un poco menos encantadoras tal vez, había hasta quien opinara que era una falta total de elegancia y educación escribirle a nadie a punta de teclear
Más adelante, la máquina de escribir pas...