El último paseo – José Pulido
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“No podemos, tú sabes que no podemos”, dijo el hombre tratando de hablar bajo. Su cabeza casi tocaba el techo de zinc. Los cuatro niños parecían una flauta de bambú, acostados de menor a mayor, en la cama cuyo colchón era una ruma de cartones.
“Yo le doy mi parte de comida y al otro día le das la tuya”, intentó convencerlo la mujer. Ambos tenían pómulos tan descarnados que casi parecían calaveras.
Doña Matilde estaba sentada afuera, en el trozo de pared que había quedado de una casa, después del derrumbe de las lluvias pasadas. Miraba la noche, buscaba la luna, quería ver más allá de los nubarrones que anunciaban las tormentas del presente.
Tenía las manos aferradas a una gran cartera negra hecha con estambre y fibras de polietileno.
Habían recorrido oficinas ...