El cuento del SIMBOLO y el fútbol Ingrid Mattiuzzi
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Había una vez un pueblo. No, mejor dos ciudades, dos familias, dos individuos que decidieron hacer un pacto que podía ser la unión en matrimonio de dos de sus hijos, el permiso para atravesar sus tierras, el reconocerse creyentes en un Dios común…
Tomaron una pieza plana de terracota y la rompieron de manera que los bordes quedaran irregulares. Los protagonistas debían guardar cuidadosamente sus respectivas partes porque era el único comprobante del pacto. El fragmento se volvía un tesoro que identificaba, una credencial que abría puertas (un salvoconducto), un documento que hacía revivir la alianza.
La aparentemente insignificante pieza de terracota se llamó símbolo: el concreto que demuestra lo abstracto.
El cuento sigue.
Poner una rodilla a tierra es resp...