El lunes pasado se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Stanley Milgram, un psicólogo cuyo trabajo nos abrió los ojos a un fenómeno sorprendente: los “seis grados de separación”.
El 15 de agosto de 1933 marcó el inicio de la vida de Stanley Milgram, quien se propuso explorar la idea de cómo las personas están conectadas entre sí. ¿Cuán lejos estaríamos, realmente, de cualquier otra persona en el planeta? Esta pregunta lo llevó a diseñar uno de los estudios más influyentes en el campo de la psicología social: los “experimentos del mundo pequeño”.
En la década de 1960, Milgram ideó un ingenioso experimento que involucraba enviar cartas a un grupo de personas elegidas al azar en diferentes partes de Estados Unidos. Cada uno tenía que enviar la misiva a alguien que ellos pensaran que podría estar más cerca del destinatario final, que era un desconocido en una ciudad lejana. El objetivo era ver cuántos intermediarios eran necesarios para que la carta llegara a su destino.
Los resultados fueron sorprendentes. A través de estas cadenas de entrega, Milgram encontró que, en promedio, se necesitaban entre cinco y siete intermediarios para lograr el objetivo. De ahí surgió la famosa idea de los “seis grados de separación”: la teoría de que cualquier persona en la Tierra puede estar conectada con cualquier otra a través de una cadena de 6 contactos.
Este concepto rápidamente se convirtió en parte de la cultura popular. Nos hizo comprender que nuestras conexiones humanas, nuestras redes sociales, son más intrincadas de lo que podríamos haber imaginado. Cada amigo, cada conocido, cada colega, nos acerca más a cualquier individuo en cualquier rincón del mundo.
El legado de Milgram perdura. En la era digital actual, donde las redes sociales y la conectividad en línea son una parte integral de nuestras vidas, los “seis grados de separación” siguen siendo un recordatorio poderoso de la interconexión que compartimos como especie.
Así que, honremos a Stanley Milgram y su contribución al entendimiento humano, recordando que, en última instancia, estamos más cerca de los demás de lo que podríamos pensar. En un mundo en constante cambio, nuestras conexiones pueden ser un faro de comprensión y unidad en medio de la complejidad.
Recuerda: ¡El mundo es un pañuelo!
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