Tesoro Marino,
por Jeraige Reinoso

Imagina un motor que necesita aceite para funcionar sin fricciones ni sobrecalentamientos. Nuestro cuerpo es ese motor, y los nutrientes esenciales como los ácidos grasos omega-3, antioxidantes y fosfolípidos actúan como el aceite que lo mantiene en marcha. El aceite de kril, es un tesoro marino extraído de pequeños crustáceos del océano Antártico.

El secreto está en su presentación. Si los omega-3 de otros aceites son como pastillas que necesitas tragar con agua, las del aceite de kril viene en parches que el cuerpo absorbe directamente, sin desperdicio. Esto significa mayor biodisponibilidad y menos efectos secundarios como el reflujo. Sugerimos dosis de 250 a 500 mg diario a cualquier hora del día.

Pensemos en los ácidos grasos omega-3 como el lubricante que mantiene nuestras arterias flexibles y nuestro cerebro ágil. El aceite de kril aporta dos tipos esenciales de omega-3, EPA y DHA, en una forma más fácil de absorber gracias a su unión a fosfolípidos.

Limpia el “óxido” (triglicéridos y colesterol malo) que puede acumularse en las arterias. Esto reduce el riesgo de “averías” como ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares. Al igual que actualizar un software, estos ácidos grasos optimizan la comunicación entre las células cerebrales, mejorando la memoria, el aprendizaje y la prevención de “bloqueos” como el Alzheimer.

Destaca su composición en astaxantina, un antioxidante que actúa como un escudo contra los radicales libres, moléculas inestables que pueden “rasgar” las células de nuestro cuerpo, acelerando el envejecimiento. Como si fuera un escudo fortalece igualmente nuestras defensas, permitiéndonos combatir infecciones con mayor eficiencia. También posee la valiosa propiedad de minimizar el “rechinar” de las articulaciones inflamadas, mejorando la movilidad, reduciendo el dolor y propiciando una recuperación más rápida de los músculos después de entrenamientos intensos.

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