Ya era muy pasada la media noche, no había reloj para mirar la hora; se escuchaban tenues toques en la ventana de madera. Los toques eran tímidos y suaves como no queriendo despertar a nadie. Solo yo los escuchaba. A mi habitación pertenecía esa ventana que daba a la calle, después de la ventana sigue la puerta que da a un zaguán y se cae al recibo y más allá las habitaciones donde dormían todos; lejos, quizás por eso nadie más los escuchaba .
Los primeros toques fueron muy tenues y no podía distinguir si eran reales o yo estaba soñando, esperé no sé cuánto tiempo para escucharlos otra vez; en ese duermevela uno no sabe si está dormido o despierto, si sueña o es verdad lo que está pasando.
Ya me estaba reconciliando nuevamente con el sueño cuando los escuché, con la misma suavidad pero más impacientes y me pareció percibir un roce de uñas en la madera.
Esta vez si despabilé casi completamente y estuve más atento.
Decido sentarme en la cama para no dormirme y esperar un nuevo toque antes de salir a ver. Lo cierto es que quería asegurarme de que los ruidos existieron y no eran productos de mi imaginación.
Mientras, repaso los acontecimientos de la noche anterior. Fui en busca de mi amiga para salir a bailar. Era una chica con quien la pasaba muy bien en plan de amigos y de conductas recatadas. Me encantaba bailar y a ella también, con eso nos conformábamos. Ninguno de los dos había pensado que esa amistad podría pasar a mayores. Pasábamos el rato los dos solos o con amigos y después la llevaba a su casa y me venía para la mía. Temprano salíamos, nunca traspasamos el umbral de la medianoche. No teníamos edad para más.
Anoche por primera vez nos pasamos de la raya, no solo de la hora sino que tomamos cerveza y pasamos la frontera del comportamiento comedido.
Bailábamos lo que tocaba la Rockola en ese momento, un bolero cantado por Leo Marini, “Somos” y hubo un momento en que nos juntamos tanto que nuestros cuerpos casi se funden en uno solo, y cuando menos lo esperábamos nos besamos. Y fueron otros boleros y otros besos. Ya a punto de cerrar el dancing nos fuimos.
La llevé a su casa en silencio pero tomados de las manos. Éramos dos seres que recién habían abandonado la adolescencia, sin experiencia en asuntos amorosos.
La dejé y me vine y ahora esos ruidos que perturban mi sueño me obligan a salir a ver de qué se trata.
Ya casi era el amanecer y salí.
Allí estaba. Sus padres no la habían dejado entrar a la casa porque “estas no son horas de llegar”.