Nueva York, la verdad sea dicha, muestra su corazón a muy pocos. Y Marty Pilletti es uno de esos pocos a los que esta ciudad ha mostrado el corazón. Marty es un buen carnicero del viejo Bronx. A sus 39 años permanece soltero y vive con su madre.
Una noche la madre de Marty le insiste para que vaya a bailar al Star Dust, quizás conozca a alguna chica. El Star Dust es un descomunal salón de baile en donde italianos, judíos y algunos puertorriqueños coinciden para beber, fumar y bailar al ritmo de las big bands que, desde la tarima, marcan con su cadencia lo que se haga en la pista de baile.
Marty, la verdad, no tiene muchas ganas de ir al Star Dust. Piensa que será lo mismo de siempre, pero ante la insistencia de su madre se pone su bonito traje azul, se pone de acuerdo con Angie, su mejor amigo, y se van. En aquel inmenso salón, abarrotado de decenas de parejas bailando y de gente fumando y bebiendo, se siente un poco solo.
En esas está Marty, viendo para todos lados, cuando de pronto un hombre se acerca y le dice que le dará cinco dólares, si acompaña hasta su casa a una chica que ha venido con él. El hombre piensa abandonarla para irse con otra más bonita, una antigua amiga con quien se ha conseguido en el Star Dust. Marty se indigna por la propuesta de aquel hombre y le dice que a él le parece que lo que piensa hacer está muy mal. Finalmente, el hombre se va a buscar a otro candidato que lo secunde en su coartada. Marty sigue la situación con la vista y observa cuando el hombre llega con otro a la mesa, donde está una muchacha sentada. Desde lejos, Marty puede ver que la muchacha no acepta y ve claramente cuando huye, con un gesto inconfundible de llanto, hacia un balcón solitario.
Marty la sigue hasta el balcón y le dice: “señorita, ¿quisiera bailar?”, la muchacha no dice nada y en un gesto impulsivo busca el hombro de Marty y empieza a llorar.