Gente que Cuenta

Un intenso dolor de cabeza, por Javier D. Volcán

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George Cruikshank,
Dolor de cabeza, 1819

Me duele la cabeza. Tengo la horrible sensación de que me va a explotar. Siento que la frente se hincha y busca desprenderse. No sé bien cómo explicar este dolor. Pienso que si pudiese abrirme el cráneo podría salir toda esa presión que siento. Me tragué dos pastillas hace como hora y media, otras dos hace cuarenta minutos y ahora acabo de servirme un vaso de agua para tomarme otras distintas a ver si funcionan.

Pensé que podía tener un síndrome de abstinencia porque he tomado poco café, así que monté la cafetera. Acabo de repasar todo lo que he comido desde ayer por si pudiese ser una indigestión. Me medí la tensión; 14/9, tampoco es tan alto. Apagué la luz del cuarto, cerré las cortinas y la puerta. Acomodé las almohadas y me embutí en la cama sin moverme, pero el dolor sigue allí. Ya no aguanto más. Jamás tengo un dolor de cabeza así. Me empieza a desesperar. Llamé a Cristian, un amigo médico. No contestó la llamada, pero me mandó un mensaje; -Dame un rato, ya te llamo, estoy con un paciente. Por momentos viene como más fuerte; por momentos suaviza como si se fuese a ir. Si muevo el cuello hacia un lado, cede un poco, pero al momento regresa. Me puse a meditar. Hice respiración diafragmática. Traté de pensar en la llama azul. Me puse las manos sobre las sienes como si fuera reiki. Prendo un incienso, y lo apago porque el olor me ahoga. Saqué de la nevera una de esas bolsas de gel frío. Parece que funciona. No se me había ocurrido, me voy a meter en la ducha. Odio el agua fría, pero ya no me importa. Es tanto el dolor, que el ruido del agua salpicar en la baldosa me inquieta. Dejo que se me moje el cabello, y atisbo un cierto alivio. Creo que sí, que al fin mejora. Dejo que el agua cubra toda mi cabeza, sin mojarme el cuerpo, y de pronto hay una presión horrible y el dolor desaparece. Increíble. Es un milagro. No lo puedo creer. Desapareció el dolor. El cuello no lo siento tenso ya. Las últimas horas han sido como un taladro y solo debía darme una ducha fría. ¿Cómo no se me ocurrió antes? ¡Qué imbécil soy! Cerré los ojos. Prefiero no ver la luz blanca del baño. Creo me acostumbré tanto al agua que ya ni la escucho. Ya de por sí, ni fría se siente. Es como si estuviese sumergido en la ducha.

No hay dolor. No hay frío. No sé cuánto tiempo llevo bajo el agua. Es raro, ni las piernas me molestan por estar tanto tiempo parado. Está todo oscuro. No sé si tengo los ojos abiertos o cerrados. Trato de abrirme los párpados con los dedos, pero no los consigo. No siento mis manos. No sé por qué, creo que ya no estoy en la ducha, o ni siquiera en el baño. No hay dolor, pero la verdad es que no hay nada más, solo esta especie de conciencia que siento se está desapareciendo también.

El dolor ya no está, yo tampoco.

Javier Volcan Atril press e1683306033383
Javier David Volcán Romano
Nacido en Ciudad Bolívar. Vivo en Margarita desde 1998
Fotógrafo especialista en el área gastronómica y documental.
Colaborador en El Nacional, Todo en domingo y GastronomiaEnVenezuela.com
Publicaciones editoriales con Libros el Nacional, ULA, El Mercurio de Chile y Miro Popic.
Actualmente, me dedico a la fotografía gastronómica publicitaria y tengo una empresa de distribución de productos artesanales alimenticios.
jdvolcan@gmail.com

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