Valmore Malavé era un hombre muy ecuánime. Toda la gente de su calle lo llamaba “El Tranquilito”. A Valmore le parecía muy tierno que le dijeran así, y aunque odiaba los apodos ofensivos aquel le parecía tierno. Amarilis, su mujer, en cambio era un tizón de candela y cualquier cosa la enfurecía. Un día se oyeron unos disparos. Fueron tres tiros secos sin escándalo. La gente del barrio salió de sus casas y vieron a Amarilis pistola en mano y con los ojos rojos de llanto. Nadie se atrevió a entrar a la casa. Todos temían lo peor. Nadie entendía lo que estaba pasando. Valmore “El Tranquilito” salió de la casa muy calmado como era él. La diferencia fue quizás que solo traía un paño en la cintura. Todos se calmaron porque Valmore estaba vivo. Amarilis no dijo nada. Tres días después Amarilis estaba feliz: Valmore había traído el veneno para los ratones. No había razón para estar molesta.