En un día común para un ávido oyente de la música académica la rutina a seguir se hace natural. Entre ruidos, atriles y partituras, los músicos van colmando el escenario. La repentina aparición del estruendoso silencio da la bienvenida al momento inicial de todo, la afinación. Es ahí donde el oboe envuelve a todos con su sonido nasal, melancólico y hasta punzo penetrante. Un sonido a cuatrocientas y cuarenta ondulaciones por segundo permite a todos disfrutar de una nota referencial y como por arte de magia comienza la sincronía armónica entre los miembros de la orquesta.
El oboe es un instrumento de la familia de los vientos maderas. En conjunto con la flauta, el clarinete y el fagot, constituyen esta sección de la orquesta.
Es su responsabilidad emitir este sonido que permite a todos los integrantes del ensamble acoplarse. Esta responsabilidad es más bien una virtud o privilegio. Es ese sonido que constituye el primer abreboca. La entrada a un festín que está por comenzar. Los oyentes son introducidos al primer plato. Un instrumento de doble caña que posee la característica de emitir un sonido puro y noble, cuyo timbre peculiar y riqueza armónica son cuasi inalterables. Esta cualidad sonora le permite al resto de los músicos percibir el sonido referencial y ubicar en sus instrumentos la afinación adecuada para coexistir juntos en la orquesta. Violines, cellos, contrabajos, trompetas, cornos y todos los miembros de la orquesta arropan al público en un mar de aventuras sonoras que apenas comienza.
Sólo han transcurridos unos pocos segundos y ya hemos experimentado un vendaval de matices y colores únicos. Este ritual sonoro de la afinación permite a los músicos y oyentes canalizar las emociones que trae consigo este arte milenario de la música. Dejamos atrás los castillos, la realeza y sus mecenas, ahora no son sólo unos pocos los beneficiados, para pasar a formar todos juntos, músicos y audiencia, un ente único que por determinado periodo de tiempo experimentará el poder de este hermoso arte.
Un invitado de lujo reaparece, es el silencio. Vestido de gala da la bienvenida al director de la orquesta. Esos pasos entre sus integrantes y con dirección determinada lo llevan al podio. Un saludo cordial con los miembros de la orquesta, un reconocimiento al público y a todos los presentes en la sala nos llevan a un momento de exaltación y tensión. La lujuria sonora está por envolvernos, es el silencio nuevamente quien nos atrapa para elevarnos y dejarnos caer de manera vertiginosa hacia un mundo utópico de sonoridades impensadas.
Ha comenzado el concierto.