Confieso que hace poco fue que vine a leer El último de los mohicanos, de Fenimore Cooper. Y como me enteré de que había una película (o más bien varias), una vez terminado el libro, también vi la versión cinematográfica de 1992, la cual dirige Michael Mann y protagoniza Daniel Day-Lewis.
Pero no me pregunten qué tal me parecieron ambas obras, si se trata de una buena adaptación… nada de eso. No voy a caer en el lugar común de contrastar una cosa con la otra, que es lo que habitualmente hace la gente, afirmando que, por supuesto, es mejor el libro.
Me parece, de hecho, que no puede haber forma de comparar un libro con una película, como no puede haber comparación entre un cuadro y una fotografía o entre un poema y una canción, aun cuando en todos estos casos puedan coincidir los temas o asuntos tratados.
Es que, de verdad, ¿a quién se le ocurre esa tontería? Si hay un retrato y una foto de un personaje de siglos pasados, pongamos por caso del general Páez, ¿alguien va a decir que la fotografía es más fiel? ¿Vamos a deplorar, por ello, del retrato hecho por un artista plástico?
Que yo sepa, nadie anda escuchando la canción de Serrat con el poema de Machado en la mano, para decir que este último es mejor. Son lenguajes distintos, maneras distintas de ver, de expresarse. El músico usa acordes, armonías, instrumentación, hay arreglos. En tanto que el escritor tiene que echar mano de palabras, del recurso de la imaginación, suya o del lector, o de ambos.
Por otra parte, volviendo al asunto del cine, se trata de otra manera de contar una historia, aunque sea la misma de un libro. El director tiene que trabajar con la imagen en movimiento; la producción debe procurar conseguir locaciones adecuadas, materiales, construir escenografías; los actores tienen que aprender parlamentos; es necesario preocuparse por el vestuario y la música; ahora hasta se echa mano (mucha, diría yo) de las ayudas por computadora.
Una sopa puede ser de pollo y una milanesa empanizada también. No saben igual, incluso cuando hayan salido de la misma ave. De la sopa esperamos que tenga sabor a sopa, buena consistencia el caldo y que nos agrade al paladar, pero de una manera distinta de la milanesa, de la cual seguramente esperamos que sea jugosa y tierna por dentro y bien dorada por fuera.
Sospecho que esa gente que siempre anda pendiente de decir que el libro es mejor que la película, lo dice para que sepan que leyó el libro (aun cuando nadie se lo esté preguntando), y así poder presumir ante los otros de un estatus intelectual que posiblemente, en muchos casos, no posee en lo absoluto.