Primero el silencio.
En breve, el murmullo de una brisa llena de buenos augurios.
Restregar de manos y brazos.
Después, el repiqueteo de las gotas.
Chasquear de dedos.
Una llovizna, que en segundos se transformó en aguacero.
Palmas y más frecuentes chasquidos.
Finalmente, “palo de agua” con truenos y centellas.
Repique de talones sobre la madera del auditorio.
Yo me quedé muy quieta, dejándome mojar por esa agua dulce.
Lo llaman percusión corporal. La tormenta perfecta.
Después, una cascada de voces coralinas, palabras de amor.
Empapada hasta el tuétano de una extraña plenitud, cerré los ojos y me dejé arrullar por esas voces femeninas potentes y sonoras; nobles, honestas. Como cada una de esas mujeres del Westwinds Women’s Choir de mi ciudad de Calgary.
La pieza, All Together we are Love (*), de Katerina Gimón.
La directora marcó con un gesto de su mano, el sublime final.
Cesó el dulce aguacero.
Las aplaudí a rabiar, a ellas y a todas nosotras, mujeres, madres, abuelas, hijas.
Cada una con ese canto íntimo que albergamos muy adentro:
(*) “Soy un canto para todos los corazones
Y cuando nuestros espíritus se elevan
Todos juntos somos amor”.
Y a propósito de mujeres maravillosas: ¡Feliz Día de las Madres!