Aguacero, por Leonor Henríquez
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Primero el silencio.
En breve, el murmullo de una brisa llena de buenos augurios.
Restregar de manos y brazos.
Después, el repiqueteo de las gotas.
Chasquear de dedos.
Una llovizna, que en segundos se transformó en aguacero.
Palmas y más frecuentes chasquidos.
Finalmente, “palo de agua” con truenos y centellas.
Repique de talones sobre la madera del auditorio.
Yo me quedé muy quieta, dejándome mojar por esa agua dulce.
Lo llaman percusión corporal. La tormenta perfecta.
Después, una cascada de voces coralinas, palabras de amor.
Empapada hasta el tuétano de una extraña plenitud, cerré los ojos y me dejé arrullar por esas voces femeninas potentes y sonoras; nobles, honestas. Como cada una de esas mujeres del Westwinds Women’s Choir de...