Enseñar ha sido siempre una de mis opciones de trabajo desde que mi madre, que fue maestra de primaria, se empeñó en que siguiera sus pasos. Pero a mí nunca me gustaron los niños en números superiores a tres o cuatro. Juntos, menos. Socavan mi paz mental.
Así que rechacé amablemente todas las oportunidades que tuve de ser maestra, quejarme de la Sociedad de Padres y Representantes, de la directora o el director y de los niños, y me dediqué a lo que quería, que era leer y escribir. Me hice periodista y luego, algunos fines de semana enseñaba sólo a cultivar orquídeas primero y tomates y lechugas después.
Hoy, aparcados el periodismo de calle y la dirección de medios, pensé que enseñar a cultivar on line sería lo mío. Pero no, la realidad es otra.
La lista es larga: No hay que tocar nada en el ordenador que impida que me oigan, me vean o que se me cierre la transmisión. Hay que olvidarse de las exposiciones magistrales en las cuales se habla una hora a palo seco delante de una audiencia. También de las presentaciones de treinta diapositivas con texto y alguna ilustración, tipo power point, porque “es muy siglo XX”.
Si no haces storytelling y visual thinking no estás en nada. Así que, a hacer historias, desarrollarlas visualmente, estructurar, dibujar mapas mentales con y sin inteligencia artificial. Todo bien corto y al grano, que hay que hacer que los alumnos intervengan y hablen. No te olvides de que si no te promueves por las redes sociales, no tendrás audiencia.
En realidad, lo que tendría que hacer es aprender, no enseñar. Calculo que saber realmente lo que en principio necesito para dar una clase on line como es me llevará unas cinco horas diarias, de lunes a viernes más la mañana del sábado y algo el domingo durante algún tiempo. Tengo que estudiar otra carrera, pues. Y con una sonrisa, por aquello de la imagen. O podría hacerme una identidad virtual y dar clases con mi avatar…Pero esa es otra historia.