La semana pasada, comentando mi trabajo sobre el primer filme sonoro, mi amigo Kaizô me escribió:
“ No sé si sabías, pero en el Japón el cine mudo, no era tan mudo”.
La verdad no, no tenía la menor idea, así que gracias a un link que me mandó comencé a halar el hilito.
Resulta que a comienzos del siglo XX, los índices de analfabetismo eran altísimos, con lo cual surgió en Japón la figura del benshi, una persona encargada de leer los carteles de las películas y de paso explicarle a los espectadores detalles de la trama, o mejor, adaptar la historia al mundo oriental.
A pesar de que el benshi veía las películas con antecedencia, a veces improvisaba sobre la marcha, y su importancia era tal que en la década de los ‘20 existían más de seis mil ochocientos, de los cuales poco más o menos ciento cincuenta eran mujeres.
Tal vez el benshi más famoso fue Heigo, hermano de nada menos que de Akira Kurosawa, quien con la llegada del cine sonoro perdió su trabajo de benshi de tantos años y optó por suicidarse.
Ustedes dirán que esto pasaba porque Japón quedaba y sigue quedando lejos y sus íconos culturales son diferentes a los occidentales.
Puede ser, pero la parte que tampoco sabía es que aparte de los benshis japoneses. En España existía la figura del “explicador”.
No se trataba apenas de mantener a la audiencia al tanto de la trama. Tanto el benshi como el explicador dramatizaban e inclusive utilizaban recursos sonoros, como ruidos de cascos de caballos logrados con cáscaras de coco.
Un explicador no era cualquiera que pasara por allí. En el Japón llegó a existir una escuela de formación de benshis y en Europa también fue una profesión muy competida, al extremo que sus nombres llegaron a aparecer en los carteles de promoción de las películas.
Continuando con mi búsqueda, encontré una referencia vaga de que hubo también explicadores en México, y es muy probable que hayan existido en otros países.
En donde quiera que hayan existido estos artesanos de los comienzos del cine, su contribución a la expansión del séptimo arte es indiscutible.
Tanto, que todavía en grado menor existen, si bien no resultan tan bienvenidos.
Si no pregúntenle al paciente espectador que en susurros le trata de explicar a su pareja de qué va la trama