Gente que Cuenta

Las cuitas de Sigfrido, por José Manuel Peláez

Sigurd mata a Fafnir. Ilustración de Arthur Rackham 1911
Sigurd mata a Fafnir.
Ilustración de Arthur Rackham
1911

Hay muchas formas de ganarse la vida, Sigfrido eligió una de las más peligrosas: se dedicó a matar dragones. Y estaba muy contento cumpliendo su destino hasta que acabó con Fafner, el dragón que protegía el Oro de los Nibelungos. Sigfrido debería estar exultante porque además de ser rico se convertiría en invencible y eso, tampoco es nada despreciable para un matador de dragones.

Y aquí encontramos a Sigfrido, en el nublado bosque en el que acaba de atravesar con su espada a Fafner. La lucha ha terminado y es el momento de un cigarrito, pero Sigfrido no puede fumar, principalmente porque el cigarrillo todavía no se ha inventado, de manera que el único humo que se mezclará con la niebla es el que desprende la caliente sangre del dragón y las dos tristes fumarolas que salen de sus orificios nasales que es la forma en que los dragones exhalan su “último aliento”.

Y Sigfrido, que no puede fumar, se dedica entonces a pensar.

Piensa en que cuando se sumerja por completo en la sangre del dragón su piel se hará tan dura que nada logrará atravesarla. Piensa que de ahí en adelante no perderá ninguna batalla y se pregunta entonces cuál será el mérito de vencer. Hasta ahora, cada triunfo suponía una cosecha de admiración y respeto, pero ahora ¿quién lo va a admirar? Todos pensarán:” Así es muy fácil… invulnerable… ¡claro!”.

Piensa Sigfrido en que ya nunca más tendrá miedo y, paradójicamente, se asusta.

Sigfrido descubre algo peor… ser invencible no es ser inmortal… ¿Quién se compadece de los invencibles? Sigfrido se pregunta: “¿qué muerte me espera?… moriré de viejo, desdentado y sin poder levantarme y a lo único que podré aspirar es a la lástima de los otros”.

Levanta Sigfrido los ojos al cielo y ve como una lluvia de hojas, no sabe si de tilo o de fresno porque tampoco es que la Botánica sea su punto fuerte, desciende sobre él y en una súbita iluminación atrapa una de esas hojas con la mano izquierda y teniendo cuidado en que nadie le vea, coloca esa hoja en el centro de la espalda, la pega ahí y entonces se sumerge en la sangre del dragón.

Así tiende un puente Sigfrido con la Humanidad de la que no quiere separarse del todo. Así, un día, una mujer llamada Krimilda le confiesa inocentemente a Hagen cuál es el punto débil en la espalda de su amado para que lo proteja. O quizás haya sido otra mujer llamada Brunilda la que, por venganza, descubre la debilidad y utiliza a Hagen para que Sigfrido pague haberla engañado.

Los nombres no importan y si fue por amor o por odio tampoco, lo que importa es que la lanza de Hagen mata a Sigfrido “el invencible” que no lo era tanto y así los hombres sienten que ha muerto un hermano, un hermano al que glorifican reviviendo su leyenda milenio tras milenio. Lo que importa es que así Wagner compone una tetralogía de óperas inolvidable. Lo que importa es que el plan de Sigfrido tuvo éxito.

Lo que demuestra que no hace falta fumar para pensar bien las cosas.

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José Manuel Peláez
Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com

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