Bienvenida,
por Luli Delgado

Eran las siete de la mañana y me desperté con la sensación de que el gran día había llegado.

Lo demás fue una mezcla de carreras y sustos y, cuando vine a entender, estaba leyendo un periódico en una cama de hospital.

Vino Nivaldo y me dijo que podíamos esperar. Yo seguí leyendo sin leer, porque en mi mente se atropellaban las ideas y no cabía una más. Mi pensamiento recurrente: “No te preocupes, que mami está contigo”.

Regresó Nivaldo y me dijo que ya no podíamos esperar más.

No recuerdo cómo llegué adonde llegué, pero cuando vine a darme cuenta estaba en una camilla, con una tela verde por delante y los brazos abiertos en cruz.

“Trata de mover las piernas”. No pude porque parecían de otra persona.

“Estás en uno de los mejores hospitales de América Latina, así que no tengas miedo”. Todo iba tan rápido y la parte inferior de mi cuerpo ahora quedaba tan lejos, que más que miedo sentía sorpresa.

Fue cuando escuché un llanto maravilloso, la primera expresión de la vida que estaba esperando con tanta ilusión.

“Es una niña y vino perfecta”. ¡Una niña! Gracias, mi Dios, gracias, porque era lo que yo quería. Había preferido el secreto, justamente yo, tan acelerada, pero ahora ya era realidad. Era nada menos que la mamá de una niña.

Mis primeras palabras fueron “Bienvenida, mi amor”. Después no pude parar de llorar. Se la llevaron y vi que la aspiraban con un tubo. No pude soportar la idea de que la estaban haciendo sufrir y yo sin poder hacer nada. ¡Mi hija había nacido! A muchos kilómetros de nuestra tierra, solo nosotras dos, había llegado el ser con el que tanto había conversado, imaginado, amado. El ser con el que entendería cómo es eso de amar a pleno pulmón. “¡Una niña!”, no podía dejar de repetirme hasta que me quedé dormida.

Nunca más me desperté sola, nunca más pensé y quise a nadie tanto, nunca hubo un motivo mayor por el que darle gracias a Dios. Nunca, nunca más.

Hoy esta historia cumple 34 años…

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