No hay distancia más larga que hace un minuto atrás…dicen.
Es el tiempo que se fue.
Cronos, el implacable.
Pero los griegos también nos dejaron a Kairós, el que no tiene tarde ni temprano, sino textura de miel y olor a madrugada.
Al final, en esta etapa de mi vida opero en un largo y plácido etcétera y mis horas las marca uno de esos relojes derretidos de Dalí.
Pero hace poco, me puse a ver un programa, muy interesante realmente, sobre el espacio, mecánica cuántica, telescopio Hubble, y me atacaron las dudas.
De repente no supe si vivo en el presente, en el futuro, en un holograma, en una cinta, en una cuerda, o en un túnel hecho por gusanos que supuestamente son pasadizos secretos para entrar a otras dimensiones. No sé si el universo es finito, o no; si se expande o se comprime; si existe, o no un creador; si puede uno visitarse en el pasado; si el futuro influencia nuestro presente.
Al final concluí algo importante: ¿Y qué rayos (por no decir otra cosa) importa?
Regresé a mi Kairós, a mi largo y maleable etcétera, y me fui a dar un alegre paseo por la “cintura cósmica del sol”, como dice una canción…
Al final, me quedo con los poetas que me dicen:
Si sobrevives, si persistes, canta, sueña, emborráchate,
Es el tiempo del frío: ama, apresúrate.
El viento de las horas barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: tú no esperes, este es el tiempo de vivir, el único.
Jaime Sabines