Gente que Cuenta

Cura implosiva, por Getulio Bastardo

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Caña de azúcar
Fuente: Tumblr

A medida que las sombras de la noche se apoderaban de la estancia, aumentaba la ansiedad del muchacho, de aproximadamente nueve años.

Era una hacienda de caña de azúcar y cocoteros donde se fabricaba papelón. No había luz eléctrica ni ninguna diversión aparte de los cachos de los obreros en las noches.

Estaba allí de vacaciones y le gustaba participar junto con los peones de las actividades de la molienda de caña, ayudaba a introducir los toletes de caña al trapiche y otras faenas menores.
Los trabajadores lo consentían y protegían; valiéndose de eso fue que, presintiendo su soledad, se fue acercando a cada uno de ellos, para preguntarles si se quedarían esa noche en la casa o se irían a las suyas.

Era sábado, habían cobrado su jornal, unos se irían a sus casas y los demás llegarían hasta el pueblo en busca de diversión. Ninguno se quedaría en la casona.
El muchacho estaba solo con su padre, no vivía con él sino que lo visitaba por vacaciones o en fechas especiales.
Tenía miedo a quedarse solo, le atemorizaba la oscuridad y la primera noche que se acuerde de haber dormido allí, hasta las luciérnagas lo aterraban.
Dormía en una habitación, mientras el padre lo hacía afuera en una hamaca en el porche de la casa.
Ya habían quedado solos él y su padre, cuando lo escuchó bañarse. Al salir le preguntó “¿vas a salir?”

– “No. Acuéstate”. le respondió́.

El niño se acostó sobrecogido de miedo adelantándose a la situación.
Se iba a quedar solo en medio de los cocoteros, los animales, domésticos o no, y los ruidos y fantasmas de la noche. No podía conciliar el sueño, el presentimiento de la soledad le llenaba de angustia.

En eso estaba cuando escuchó encenderse el motor del auto del padre; saltó de la cama apresurado, corrió́ hacia afuera y logró ver las luces rojas alejarse.

Entró en pánico y corrió hacia el lado de la casa donde pernoctaban los peones y no vio a nadie, todo estaba oscuro. Sin embargo, llamó por su nombre a cada uno de sus amigos y ninguno respondió. Corrió de regreso.
Entre la casa familiar y el galpón de obreros estaba situado el trapiche y los calderos para cocer la miel y fabricar papelón. Eran tres calderos que se alimentaban a través de un túnel que comenzaba en un hoyo donde se depositaba la leña. La fosa tenía casi dos metros de profundidad, tapizadas con bagazos de caña. Allí cayó en su carrera mientras huía de nadie y donde fue encontrado al siguiente dia profundamente dormido cerca del calor de las brasas del fogón. Hasta allí llegaron sus miedos.

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Getulio Bastardo
Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
getuliobastardo@yahoo.com.mx

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