Gente que Cuenta

De faros y faroleros – Alfredo Behrens

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Hacia el farol
Richard Spare
2015

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Para el poeta Antonio Lucas “Un faro puede ser el último instante de la vida”.

Para los navegantes un faro es una advertencia; para mí, un faro es un símbolo civilizatorio y el farolero, una incógnita. ¿Quién podría quedarse tan solo por tanto tiempo encendiendo y apagando un faro?

Poe se inspiró en un farolero para su cuento “El Faro”. Porque el faro no tenía quien lo operase y por lo tanto estaba apagado, el barco que trajo al farolero de Poe casi había naufragado.

Fue a partir de ese momento que, acompañado de su perro Neptuno, se encargó de que nadie más pasase por semejante desventura.

Pero más allá del eco que sólo él que escuchaba en las paredes, el farolero de Poe no tenía más que su perro para escucharle. Hay romanticismo en la soledad, pero no creo que lo haya en la más austera, como es la vida de un farolero. Sin embargo, para mí lo más extraño es la incógnita cuanto al financiamiento de la construcción y la operación de un faro.

Naturalmente hubo quienes irguieron piedra sobre piedra para que el mensaje luminoso llegase a tiempo de que los navegantes pudieran desviarse. Los faros tenían que ser altos para que sus luces tenues se vieran de lejos. La luz de los faros se medía en el número de velas, porque eran operados con velas.

Para recuperar su inversión, quienes construían y operaban los faros tendrían que asegurarse de que quien se salvase de naufragar pagase por ello. Igual que en los cines de antiguamente, donde veíamos las películas gracias a otro tipo de faro, pero faro al fin.

Igual que quien cobra a la entrada para pagarse por hacer la sala de cine y operarla, alguien tenía que cobrar por el faro. Pero un faro no tiene entrada. Y no era cuestión de poner peajes en el mar, como los hay en las carreteras. Los inversionistas buscarían alguna compensación y no podían apagar el faro a quien no pagase.

No serían los faroleros sino los inversionistas que acosarían a los barcos en puerto para cobrarles por el beneficio del faro. Si habían llegado a puerto era en parte gracias al faro. Como era costoso recaudar el pago, eventualmente el servicio fue nacionalizado y prestado como un bien público para ser cobrado en las licencias para navegar.

De la poesía sólo queda el faro y su luz intermitente.

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Alfredo Behrens es PhD de la Universidad de Cambridge, y profesor de Liderazgo en las escuelas de negocios de la FIA en São Paulo e IME de Salamanca. También es presidente del Consejo estratégico de la Universidad Fernando Pessoa, en la ciudad de Porto, donde reside
Algunos de sus libros están a disposición en Amazon
ab@alfredobehrens.com

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