Depende de quién lo escribe, por Luli Delgado

 No se me ocurre ninguna historia que no tenga personas como protagonistas. Inclusive, cuando de pequeños nos leían La estrellita traviesa o El conejito que cantaba, el elemento humano es siempre un requisito indispensable para cualquier narración.

Ahora bien, dependiendo de quién y cómo se escribe, le concedemos una categoría diferente. Si nos topamos con una trama elaborada, con pinceladas perfectas, de gran sabiduría o impresionante reflexión, estamos frente a una obra maestra. Si es más simple, más rasa y de todos los días, entonces es material para la novela de las tres.

Tomemos por ejemplo el tan común despecho amoroso, que dependiendo de si cae en las manos de Neruda, de Corín Tellado o de Thomas Mann, va a tener un tratamiento diferentísimo y un público ídem.

Pero en esencia estaríamos hablando de lo mismo. Las historias son el espejo de lo que somos, y por eso debe ser que nos cautivan con tanta facilidad.

Y aquí entra otro elemento, que más humano imposible y que le garantiza a cualquier narrador la fidelidad de su audiencia: la curiosidad. Siempre queremos saber qué les pasa a los otros, cómo van a ser los finales, en qué va a parar una historia. Y es así como tanto narrador como público, nos embarcamos en un proceso de identificación tal con estos seres imaginarios, que llega un momento en que sentimos como propios sus circunstancias y destinos. De mantener nuestra atención depende el éxito de quien cuenta la historia.

Cuando una historia me atrapa, experimento una especie de nostalgia ante la inevitable despedida de cualquier relato de ficción. Me cuesta seguir sin saber más nada de ellos una vez que llego a la última página, justo cuando ya me resultaban tan familiares. No se vale que sigan viviendo sin nosotros.

Lo máximo que a veces se me ha ocurrido como atenuante a la tristeza de la despedida, es releer la historia, en el intento casi siempre inútil de sacarle un poquito más de jugo, pero no por eso le aparecen como por magia eventos adicionales a estos seres a los que tanto me cuesta decir adiós.

Debe ser que por haber varios como yo, tienen tanta aceptación esos libros en los que un mismo personaje va viviendo diferentes situaciones, que es lo que más se parece a nosotros, que nos pasamos la vida de capítulo en capítulo.

Claro, difícil imaginar un Rey Lear II, pero ya esas son profundidades que yo no nado.

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