Gente que Cuenta

Doña Señora, por Luli Delgado

Ernst Kirchner Atril press
Ernst Kirchner,
Mujeres tomando café (detalle), 1907

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Se llamaba igual que yo, y creo que esa fue nuestra primera conexión.

No creo haber conocido a nadie con su serenidad, ni su mesura, ni su cuidado con todos, y a pesar de ella misma haberme contado de sus batallas durante la crianza de sus hijos, me resultaba difícil imaginármela enérgica, brava, o por último sin su habitual sonrisa. Pero era lo que contaba, lo que yo oía, y lo que me hacía quererla y admirarla más.

Su marido tenía un fusca, nombre brasileño para los VW, y viajaban ellos dos adelante, tres de los niños sentados atrás y el más pequeño de pie sobre un banquito. Esa fue apenas una de las muchas historias que le oí en las tardes de domingo. Otra que recuerdo es la de haber mandado a buscar un suéter a uno de sus hijos. El entonces niño regresó ansioso: “lo encontré, lo encontré y lo encontré, pero no lo busqué”.

“Es al contrario”, acotó ella

“¡Al contrario también!”, le respondió el chiquillo.

La anécdota quedó para siempre en la familia y nosotros, al ser familia, la heredamos también.

Con ella aprendí a saborear el malabí, postre que heredó de sus ancestros libaneses, y yo a mí vez a cada reunión de familia le llevaba una torta de chocolate, que ella elogiaba con el mismo entusiasmo de la primera vez.

Compartió con las peluqueras su alegría de vestirse de fiesta para ser la madrina de mi matrimonio, siempre linda, gentil, elegante.

Pero no sólo fueron las anécdotas o los postres, ni el cariño con el que me enseñó que a las tazas de café hay que ponerles agua caliente en los días de frío. Fue mucho más que eso. Fue su profundo amor por mí, mi niña, por mi mamá, y por quien se convirtió en mi marido, su eterna disposición a oír, su extraordinaria capacidad de nunca juzgar, de nunca ofender. A nadie, nunca.

En el sofá de su sala compartimos fotos e historias una y otra vez, era una estupenda conversadora, y su sola presencia me hacía sentir segura, protegida, querida.

De solo mirarnos ya nos entendíamos, y de solo vernos ya nos convertíamos en cómplices absolutas no sé ni de qué, pero cómplices sin duda.

Esta semana se durmió en la poltrona de la TV y ya no se volvió a despertar. Se fue con la serenidad, la suavidad y la paz con la que la conocí y la quise tanto. Yo la llamaba “Doña Señora”. Era una de nuestras complicidades.

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Luli Delgado es periodista venezolana, Master en Artes de Cine y  Video – por The American University, Washington, DC.
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com

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