
Árbol cerca del río Dniester
1972
Te fuiste.
Pero aún esperamos que un día te detengas y reconozcas el árbol de ramas inclinadas sobre el agua donde, con la cabeza inclinada, rozabas los dedos de tus pies sintiendo frío y felicidad en el escalofrío vigorizante que te brindaba el río sereno sabiendo, a pesar de que tú, hoja caída, eras uno de sus hermanos y en él buscabas el mar donde todo se disuelve.
Te fuiste.
Pero el árbol ahora siente la ausencia, no de ti, sino del libro que llevabas contigo, y de vez en cuando, cansado de leer, te frotabas los ojos, estirabas las piernas y sentías una paz indecible en tu alma y sin percibirlo te ausentabas, dejando finalmente que el libro hablara libremente con el árbol que lo escuchaba con la paciencia de un maestro oriental viviendo al otro lado del espacio y del tiempo.
Recuerdo una tarde templada de verano cuando llegaste, te sentaste y te descalzaste lentamente con la mirada fija en los movimientos que hacía un pececito para liberarse de un anzuelo traicionero y cruel que por siempre le impediría de respirar.
Era un hombre nuevo el pescador de mirada nublada, la bruma y la indiferencia hacia las cosas que lo rodeaban eran tan antiguas que se perdían en el tiempo. En la ávida agitación del pez viste tu existencia y deseaste que se zambullera y desapareciera para siempre como te gustaría poder moverte sobre las aguas, deslizándote, olvidándote de ti mismo.
Pero te fuiste, sin nunca haber sido.
